Desde que me convertí en madre, vivo entre pendientes. Los que no termino de tachar de mi agenda y los que gritan “mamáaaa” desde la sala.
Trabajo en marketing digital y relaciones públicas, desde casa, en presentaciones con cronogramas, calendarios de contenidos, y objetivos que se miden en Excel. Pero también vivo otra campaña en paralelo: la de criar a un bebé, cuidar mi hogar, y sostener una familia sin que todo se derrumbe (o al menos no a diario).
Y aunque nadie lo ve así, la maternidad también tiene KPIs:
✅ Que duerma sin llorar.
✅ Que la casa tenga comida.
✅ Que respire antes de estallar.
✅ Que me alcance el tiempo.
✅ Que no se me olvide que también soy mujer.
No tengo un dashboard con gráficas, pero tengo ojos atentos y una cabeza llena de recordatorios mentales.
A veces, el éxito es lograr que todo el mundo coma caliente. O que el cliente termine de ver el estatus de actividades antes que el niño despierte de su siesta. Son victorias silenciosas. Pero victorias al fin. Y aquí aprovecho para dar crédito al gran equipo y compañeros de trabajo pues sin su empatía este barco ya se hubiese hundido desde hace un tiempo.
Aprendí que ser mamá no me quitó habilidades, me las refinó.
Hoy hago gestión de crisis, optimización de tiempo, priorización de tareas… todo con un bebé en una mano y el celular en la otra.
Mi estrategia ya no solo se mide en ROI, también en abrazos, en siestas logradas, en días que no acaban en lágrimas.
No soy multitask por elección. Lo soy porque la vida me lo exige.
Pero eso no me hace menos profesional. Me hace más creativa.
Más ágil. Más empática. Más capaz de ver conexiones donde otros ven caos.Así que no, no tengo todo bajo control.
Pero todos los días cumplo mis propios KPIs, aunque no estén en Excel.
Y eso —en esta campaña que es la vida— ya es una gran métrica de éxito.